Sobre los alcances del método freudiano: en los límites de la histeria (página 2)
ENTRE LA SUGESTIÓN Y LA RESISTENCIA:
HACIA LA TRANSFERENCIA
Freud aborda
inicialmente la histeria con el método
hipnótico en el marco de un tratamiento psíquico.
El trabajo
propuesto supone tratar al paciente desde la psique, en vez de
tratar la psique del paciente, por medio de la palabra como
instrumento esencial, buscando de esta forma incidir sobre lo
sintomático corporal (Freud, 1890). En este contexto juega
un papel importante el ‘efecto de masas’ en tanto
prestigio del médico o hipnotizador: más famoso,
más exitoso resulta (Freud, 1890). En este sentido "el
genuino valor
terapéutico de la hipnosis reside en la sugestión
que durante ella se imparte" (Freud, 1891) como sustento de
la influencia verbal. Por lo tanto Freud acentúa en el
método la relación que se establece con el
médico, más que los modos de intervención
que si son efectivos es por medio de la sugestión y la
palabra. En este sentido la efectividad del hipnotizador pasa por
la creencia de infalibilidad que le suponga el paciente a su
método; por tanto"toda vez que se eleve una fuerte
resistencia a ella, es preciso renunciar a este
método" (Freud, 1891). La condición de
posibilidad de tal relación es la confianza que el
paciente deposite sobre el médico: "mejor será
ganarse primero la confianza del enfermo, conseguir que se
amortigüen su desconfianza y su crítica" (Freud, 1891).
Posteriormente, en colaboración con Breuer, Freud
abraza el método catártico en donde se le indican
cosas al paciente ubicado en un estado
‘transhipnótico’, de manera tal que se
facilite el recuerdo de vivencias y la consecuente descarga
afectiva (Breuer, Freud, 1893-95). Por tanto se abandona la
sugestión como medio de intervención
explícita por una posición que interroga desde el
no saber. Luego Freud dará otro paso dejando la hipnosis,
por razones prácticas y teóricas, incluyendo como
giro técnico la presión en
la cabeza. Esto tiene por fin facilitar el estado
declarativo del paciente en la medida que emergen recuerdos
asociados al evento reprimido. Por lo tanto más que la
remoción del síntoma por una indicación
externa, el método busca interrogarlo y sus herramientas
técnicas buscan ampliar el estado de
conciencia. De
esta forma se reproducen artificialmente las condiciones
afectivas que permitan la descarga emocional de una vivencia
pasada donde dicho afecto fue sofocado: el síntoma es
removido por la convocación del recuerdo y el afecto
concomitante.
Sin embargo el método se topa con ciertas
dificultades. Ya en su historial de Elisabeth von R. nos
señala Freud la existencia de unas "resistencias
que la enferma mostraba a reproducir sus recuerdos, y a compilar
con cuidado las ocasiones a raíz de las cuales aquella se
denunciaba de un modo particularmente llamativo" (Breuer,
Freud, 1893-95). Resulta interesante destacar que además
del aspecto clínico, Freud utiliza el término
resistencia para denotar el impedimento de la difusión
general y pareja de la excitación (Breuer, Freud,
1893-95). En este contexto la confianza de la relación de
trabajo
permite doblegar las resistencias que pueda mostrar el paciente a
recordar, ya no al modo infalible del hipnotizador. Dicha
confianza, condición básica del método,
puede perderse, entre otras cosas, cuando "la enferma se
espanta por trasferir a la persona del
médico las representaciones penosas que afloran desde el
contenido del análisis" (Breuer, Freud,
1893-95). Esta trasferencia ocurre sobre el médico
por medio de un enlace falso que aunque sustentado en la
relación de confianza, se vuelve en contra de ella. A esta
temprana pero certera de noción de trasferencia se puede
agregar que en tanto el analista actúe en consecuencia de
lo que se le trasfiere, es posible hablar de
contratrasferencia.
La noción de resistencia pasa a ser uno de los
fundamentos de la teoría
freudiana en la medida que da cuenta de las mismas fuerzas
psíquicas que originan la represión (Freud,
1904[1903]), y por tanto compelen al paciente a rechazar ciertos
temas relevantes para la comprensión de su enfermedad. En
la medida que más grande es la resistencia, mayor es la
desfiguración del material que accede a la conciencia. El
procedimiento
busca acceder desde las desfiguraciones a lo desfigurado, para lo
cual Freud desarrolla el ‘arte de
interpretar’ (Freud, 1904[1903]). En este sentido, la
interpretación opera de forma efectiva
cuando el paciente se encuentra ‘cerca’ de lo que se
le quiere mostrar y que ha sido reprimido por él, y cuando
su apego al analista es tal que no se presente una huida (Freud,
1910-2). En otras palabras que se hayan aflojado las resistencias
y que exista un cierto estado de la trasferencia.
Por lo tanto, si consideramos el desarrollo del
método desde la noción de confianza como
condición de posibilidad de trabajo terapéutico, es
posible circunscribir el desarrollo de la trasferencia entre la
sugestión y la resistencia. La trasferencia se sustenta en
clisés que son el resultado de impresiones sufridas por el
individuo que
determinarán las condiciones de amor que
establecerá en términos de satisfacción
pulsional (Freud, 1912-1). En la medida que las condiciones
externas y del objeto lo permitan, dicho clisé se
pondrá en vigencia operando la trasferencia. En
análisis tales condiciones son dadas por el encuadre del
método que promueve el establecimiento de una neurosis de
trasferencia; es decir, en tanto reactivación, la puesta
en vigencia de la neurosis infantil. Lo interesante es que "la
trasferencia nos sale al paso como la más fuerte
resistencia al tratamiento" ubicándose a su servicio,
siendo su intensidad expresión de esto (Freud, 1912-1).
Sin embargo se debe distinguir una trasferencia
«positiva» de sentimientos tiernos tanto concientes
como inconcientes (sexuales), de una trasferencia
«negativa» de sentimientos hostiles. De estas,
resultan apropiadas como resistencias una trasferencia negativa o
positiva sexualizada (Freud, 1912-1), en la medida que obstruyen
el encuadre dificultando la asociación libre y restando
toda posibilidad de objetividad por parte del paciente, quien ama
u odia a su analista. Por ende la interpretación de las
resistencias, y por tanto de la trasferencia, sólo guarda
sentido en la medida que esta impida eficazmente el progreso del
análisis hacia lo reprimido inconciente. En este sentido,
la cancelación de la resistencia haciéndola
conciente busca desasir del analista de esos dos componentes del
acto de sentimiento, siendo la trasferencia positiva
desexualizada, la que posibilita el éxito
del tratamiento. Tal éxito se sustenta en una
sugestión entendida como el influjo sobre una persona por
medio de la trasferencia (Freud, 1912-1).
Por lo tanto la trasferencia constituye la
condición del análisis en la medida que por una
parte explica la sugestión (y no a la inversa) por su
connotación tierna y sexual; posibilitando por otra el
levantamiento de resistencias, señal de proximidad a temas
relevantes para la comprensión de la enfermedad. En este
sentido es posible pensar la trasferencia como una
formación de compromiso entre las resistencias y el
progreso del trabajo movilizado por la sugestión: una
formación de lo inconciente que escenifica la neurosis
infantil in situ.
CONDICIONES
NECESARIAS DE LA TÉCNICA: A MODO DE
CONCLUSIÓN.
¿Qué hay con el encuadre, expresión
práctica de la técnica? Freud señala dos
condiciones esenciales: la asociación libre del paciente,
aparejada por la neutralidad del analista.
Como ya hemos visto, desde los comienzos de su obra
Freud ha relevado la importancia de la palabra, la
confesión y el estado declarativo. Como lo dijera
más adelante "habría debido apreciar el
«procedimiento catártico» de Breuer como un
estadio previo del psicoanálisis y fijar el comienzo de este
sólo en el momento en que yo desestimé la
técnica hipnótica e introduje la asociación
libre" (Freud, 1914-2). Tal regla tiene por objeto suspender
todo tipo de pensamiento
organizado buscando, por medio de la descripción sistemática de lo
percibido en la conciencia, rebajar la censura y dar cuenta de
los vínculos existentes con lo inconciente, desde el
supuesto de un estricto determinismo que rige en lo
psíquico (Freud, 1900). Por otro lado tal nivel de
compromiso por parte del paciente, quien dice todo
–literalmente– sin censura alguna, es posibilitado
por cierto nivel de neutralidad por parte del analista quien en
su silencio (no literal) se interesa en el relato sin juzgar
aquello que se le confidencia. La neutralidad no sólo
facilita la asociación libre, sino que condensa dos
herramientas esenciales de la técnica: la atención parejamente flotante y la regla de
abstinencia. La primera supone escuchar todo lo dicho con igual
atención, evitando fijarse de antemano en alguna
particularidad (Freud, 1912-2); la segunda supone que dicha
escucha amerita intervenciones en las que el analista no se
vuelva cómplice de la satisfacción del paciente,
por ejemplo, dando consejos o imponiéndole exigencias
más allá de las ya mencionadas.
Por lo tanto neutralidad y asociación libre
parecen imbricarse en una relación dialéctica en la
medida que cada una determina simultánea y
recíprocamente a la otra. Sin neutralidad no hay
asociación libre que se sostenga, y sin asociación
libre no existe la posibilidad de ser neutral. Lo que nos parece
relevante destacar es que, por una parte se posibilitan las
condiciones de emergencia de la trasferencia y por ende del
propio análisis; por otra que dicho encuadre mezcla
cuestiones teóricas, técnicas y
éticas.
Respecto el primer punto podemos decir que el encuadre
como condición de la trasferencia, posibilita la producción de lo inconciente en el relato
del paciente en la medida que es escuchado de cierta forma por el
analista. Es en la actualización de la neurosis infantil
que emergen desfigurados los contenidos inconcientes,
levantándose las más variadas resistencias dentro
de las cuales la propia trasferencia se instituye como la
más relevante. Conjuntamente la posibilidad de injerencia
sobre el
conocimiento del conflicto del
paciente, su saber, se logra por medio de la sugestión que
el analista ejerce desde el lugar en que es investido. Solamente
en este contexto adquiere sentido una
interpretación.
Sobre el segundo punto nos parece que muchas de las
condiciones y requisitos necesarios planteados por Freud para el
método psicoanalítico exceden el plano puramente
teórico, metodológico y por cierto investigativo
tocando de lleno una dimensión ética.
Esta afirmación pudiera parecer obvia pensando en la
dimensión terapéutica del psicoanálisis, sin
embargo el punto anterior nos permite ilustrar mejor el asunto.
El método de Freud instaura como condición sine
qua non de trabajo la instauración de la trasferencia,
es decir, el enamoramiento (sea en el registro que sea)
por parte del paciente de su analista. El modo en que la
técnica salvaguarda tal impasse es por medio de la
neutralidad, no sacando provecho de la situación; y por
medio de la interpretación, fíjese usted en esto y
no en esto otro, que como bien lo vislumbra Freud supone una
sugestión. Sin embargo podemos decir que el analista
introduce al sujeto a la dimensión inconciente de su
deseo, en la medida que difícilmente la demanda de
intervención fuera planteada o siquiera concebida en
dichos términos. No creemos de ninguna forma que esto
desautorice desde un plano ético la intervención,
sino más bien que en tanto método sistematizado
susceptible de utilización, dicha dimensión debe
siempre considerarse. En este punto no nos referimos al problema
del deseo del analista, que pareciera resolverse con el propio
análisis, condición insalvable de trabajo. Sino que
nos referimos a la constitución del método en cuanto
tal, la forma en que se lo interpela, y como éste puede
responder a dicho llamado.
En este sentido, ¿qué podemos decir acerca
de los límites
desarrollados por el método de Freud, incorporando a la
discusión la dimensión de la historia y de la
histeria?
La histeria es la medida del método en tanto fue
creado, por decirlo de alguna forma, a su imagen y
semejanza. Otra cosa resultó para las obsesiones y fobias;
para que decir las perversiones y psicosis. En este
sentido los desarrollos del psicoanálisis fueron
posibilitados en gran medida por su método de investigación, señalando Freud
sucesivamente cuáles eran sus límites de acción
y abordaje teórico. De esta forma las reformulaciones
teóricas permitieron dar cuenta de mejor manera de la
multiplicidad del campo psicopatológico. Sin embargo el
método no siguió el mismo camino debiendo reconocer
cada vez más limitantes y excepciones a sus reglas. Por
ende nos parece que no sólo conviene plantearse en
qué medida el método constituye una posibilidad de
abordaje de la psicosis o las perversiones, cosa por cierto
discutida; sino además en qué medida constituye una
posibilidad de investigación para tales cuadros en tanto
dicha investigación ha mostrado ser fecunda en el campo de
la neurosis, particularmente en la histeria. ¿Qué
ocurre en la trasferencia del psicótico, el sádico
o el masoquista? ¿Existe en ellos la posibilidad de
trasferencia como se la plantea Freud y por ende la posibilidad
de investigación, teorización e
intervención? Son preguntas pertinentes a la hora de
acudir al método en respuesta a demandas de acción
judiciales o psiquiátricas, entre tantas otras, ya sea en
un plano de acción terapéutica o en relación
a cierto saber detentado por el psicoanálisis.
Por su parte la historia, en la medida que comporta la
función
del retorno de lo reprimido y la resignificación a
posterior, circunscribe a nuestro juicio un plano
específico de acción para el método
psicoanalítico. Su intervención debe ser en
función de lo que retorna y los efectos que dicho retorno
comporta retroactivamente para el individuo; en otras palabras,
no puede operar en el marco de un modelo
preventivo. Si el método tiene por límite la
resignificación histórica, sea cual sea el contexto
en que se piense, por ejemplo el desarrollo de líneas
preventivas para cualquier tipo de cuadro psicopatológico
o para evitar la emergencia de conflictos en
un ámbito familiar, excede por mucho su propio sentido.
Por otra parte, recordando que las formas del retorno y su
resignificación dependen esencialmente de la
dimensión de lo sexual y el cumplimiento de deseo, el
método psicoanalítico puede pronunciarse sobre lo
particular y no acerca de lo universal. Esto no supone cierto
impedimento de generalización teórica, sino
más bien –como lo señala el
término– la producción de proposiciones
lógicas sobre la subjetividad de los individuos que anulen
cualquier tipo de excepción; anudando el punto anterior,
un saber totalizante. Si hay algo que nos señala el
método de Freud es que la investigación y su
consecuente teorización dependen en gran medida de lo que
ocurra en la experiencia misma del trabajo analítico, es
decir, caso a caso y sesión a sesión. Su misma
constitución nos indica que esa es la forma de acceder al
determinismo de lo psíquico, y en consecuencia, esa es la
forma de intervenir desde lo psíquico.
Sólo resta por mencionar que, en el mismo
espíritu de Freud y su método, el presente ensayo busca
reflexionar, levantando la posibilidad de que emerjan nuevas
interrogantes y sentidos, evitando caer en tentadoras pero
peligrosas certezas totalizantes. Sin embargo pareciera que, en
efecto, el inconciente de la histeria comportara tal
particularidad que la construcción histórica de su deseo
permitiera la escucha más clara y nítida por parte
del psicoanálisis; otra cosa es su
intervención.
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completas (Vol. XIX). Buenos Aires: Amorrortu. - Freud, S. (1950[1897]). Fragmentos de la
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Obras completas (Vol. I). Buenos Aires:
Amorrortu. - Freud, S. (1956[1886]). Informe
sobre mis estudios en París y Berlín. Obras
completas (Vol. I). Buenos Aires: Amorrortu.
Rodrigo Barraza Nuñez
Licenciado en Psicología. Universidad de
Chile
Programa de
Magister en Psicología Clínica, mención
Clínica Adultos. Universidad de Chile
Santiago de Chile
Enero del 2008
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